Hacia el oeste, por donde se escondía el rey Sol, un gran monasterio destacaba. Su estructura era de color negro como la noche, y a diferencia de las casitas, éste era mucho mayor. También se podía observar que tenía ventanas rotas, cortinas que se movían al compás del viento, puertas que chirriaban, entre otras cosas.
Nadie en mucho tiempo se acercó a ese lugar, pues toda la gente decía que estaba maldito. Corren muchos rumores sobre por qué nadie lo habita, pero ninguno se acerca a la realidad. Sólo mis amigos y yo pudimos desentrañar aquel enigma, pero para ello... tuvimos que hacer un gran sacrificio.
Pero antes de comenzar plenamente con mi historia, me gustaría presentarme. Soy Annet, aunque mi nombre real es Ana Teresa. Mi nombre nunca me gustó, así que decidí cambiarlo un poco. Mi padre era empresario, y la verdad, chapado a la antigua. Mi madre murió cuando yo era pequeña. No tengo ningún recuerdo de ella, así que no puedo contar demasiado.
La empresa de papá era de zapatos. De primeras no parece que pudiera tener mucho éxito, pero en eso se equivocaron. Utilizaban buenos materiales, y lo vendían a un coste bajo, por lo que la gente los compraba. La competencia era más cara que ellos, así que pronto el dinero creció.
Vivía en la gran ciudad, donde toda la gente importante se juntaba, y donde la apariencia lo era todo. No lo voy a negar: era una niña rica y consentida. Tenía todo lo que quería: cosas caras, “amigos”, caprichos a altas horas de la noche...
Pero un día, todo eso cambió. De buenas a primeras, dejé de tener cosas caras; poco después, los “amigos” se fueron esfumando a mí alrededor, al igual todos mis caprichos. La causa de ello fue que la empresa se fue a pique, y nos quedamos sin nada.
Las deudas estaban por todos lados, tuvimos que vender nuestra casa... Mi padre estaba al borde de un ataque de nervios. Y como supondréis, al final vino la tragedia. Un día me encontré a mi padre en el baño, con un revólver en la mano. Y delante de mí, se suicidó. Nunca olvidaré ese recuerdo, al principio doloroso; luego, se convirtió en un recuerdo más.
Sin rumbo a donde ir, acabé por irme a Prados Verdes con mis tíos. Son los únicos parientes vivos que tengo, y aunque ya son un poco mayores, siempre me han cuidado. Los considero como si fueran mis verdaderos padres, ya que nunca pude tener el cariño que ellos me han dado.
Pasaron los años, y comencé la secundaria. No éramos muchos niños en el pueblo, pero yo siempre había estado sola. Aún siendo muy poco social, una chica de ojos verde esmeralda y cabello a media melena y rojizo intentó tener una conversación conmigo. Fue difícil, ya que no me fiaba de nadie.
Poco a poco, todos los días, la chica se acercaba a mí, intentando darme conversación. Ninguno de sus temas me interesaba, pero me sentía a gusto; me sentía acompañada.
Después de un año así, al final decidí que era hora de dejarse de tonterías y empezar de nuevo. ¿No era eso lo que había hecho al irme a Prados Verdes? ¿Por qué no darle una oportunidad a aquella chica que se preocupaba por mí, y que nunca obtenía respuesta?
Así fue cómo empezó nuestra amistad. Naomi y yo éramos inseparables. Poco tiempo después, me presentó a Javier y a Mateo, dos de sus mejores amigos. Los cuatro nos hicimos muy buenos amigos, y siempre soñábamos con correr grandes aventuras. Lo que no sabíamos es que un día esas aventuras las haríamos de verdad...